Fueron los precursores – por ahora y mientras los sumerios no demuestren lo contrario – de lo que hoy denominaríamos CAR o Centro de Alto Rendimiento, donde se concentraban los nobles para divertirse, entrenarse para la guerra y vivir un poco al margen de las pirámides, los calores o las crecidas beatíficas del Nilo.
Isaac Asimov (Los Egipcios. Al. Editorial. Madrid 2011. Pág. 41 y ss.) nos habla de la religión de los egipcios y, de una manera bastante pintoresca, nos informa que “probablemente” se originara en los viejos tiempos de caza, cuando su vida dependía de la suerte de abatir animalillos y que por eso hacían sus representaciones divinas con las cabezas de animales; tanto para que abundaran por magnanimidad del dios de turno o para que los susodichos y peligrosos animales se portaran bien.
Sin duda era la gente noble, los ricos de cuna y los tocados por el dedo de los dioses o de los faraones – que venían a ser lo mismo – y que además tenían mucho tiempo libre y pocos entretenimientos; gente bien que entretenían sus horas disparando el arco o lanzando la jabalina, se tiraban piedras como todos los muchachos, corrían unos detrás de otros, se bañaban en las riberas del Nilo y nadaban deprisa cuando algún cocodrilo ponía rumbo a ellos.
