Catorce años sin ponerse un dorsal en una carrera, Luanco-Candás el 15 de junio 2008 (hubo un amago en Castro Urdiales, pero eso, un amago), son muchos años y ya toca: La SanSil de Mieres. Me hubiera gustado ir a Riosa, pero aún no tengo el “valor”.
No es lo mismo ponerse delante de un montón de corredores, silbando desesperado por los “irreverentes” que se saltan las normas, que meterse en el montón y esperar el disparo. Tanto tiempo que se nublan las neuronas y me vienen a la memoria un conjunto de recuerdos de tiempos pasados, de nervios en el estómago, de tomar dos aspirinas y un café cargado para evitar dolores y poner el sistema nervioso a punto, de remembranzas gratas todas, de nostalgia y de sensaciones imperecederas.
Recuerdos de cuando el dorsal –de tela blanca– más bien parecía una sábana con un enorme número en negro, pasando por aquellos fabricados en papel en alguna trastienda, hasta los dorsales actuales de fibra sintética que no rompen con la lluvia. Dorsales sin publicidad porque en el atletismo estaba prohibida y dorsales llenos de logotipos –que son los que pagan la carrera– y a colorines.
Recuerdos del frío viaje en autobús, desde el pueblo a la ciudad de la carrera o a la pista de atletismo de turno: Oviedo o Gijón. De la camaradería en el club y del olor a la misma camaradería en la ida y a la vuelta; de algún compañero que se mareaba y echaba la “pota” por la ventanilla; de traernos un testigo “de extranjis” para entrenar el relevo del instituto con Polón, Mánuel y Cadenas. De aquella pista de ceniza en el Cristo de las Cadenas y la curva del doscientos de la pista de la “Uni” de Oviedo donde los colegios mayores; del “tartán” de la Laboral y de su piscina donde podíamos bañarnos tras competir.
Recuerdos de los cross donde nos llevaba el instituto para hacer número; a Luanco año 70, con barro en las calles, de dos kilómetros y medio y que a los velocistas nos parecía una locura: ¿para qué tanta distancia? ¡Quien me lo iba a decir! y del último cross en el 71 –un campeonato de Asturias– en Las Mestas de Gijón, con la nieve por los altos de la Madera y Peón y ¡cómo no! de bañarnos en el Piles en el mes de enero porque no había ni duchas ni mejor forma de llegar a casa medio aseados.
