De la mina como profesión se poco, dedicarme al piano me ha hecho mirarla con mucho respeto y siempre desde lejos.
Aunque tuve la suerte de sumergirme en sus entrañas en una visita con Fernando Argenta, Araceli González y Flores Chaviano, organizada por Manuel Paz en el Pozu Tres Amigos en Mieres… ahí fuimos conscientes de su magnitud y de la valentía de quienes arrancan el carbón con la naturalidad de quien unta mantequilla…
Buenas tardes, muchísimas gracias por contar conmigo para este acto tan entrañable en uno de los espacios culturales más emblemáticos de Langreo y de la cuenca: LA MONTERA.
Gracias a Alejandro de Ancos por tu invitación y gracias a todos los que os habéis acercado a compartir esta tarde con nosotros.
Alejandro me preguntó si tenía ancestros mineros, y yo le dije:
– ! claro oh ¡ soy nieta de mineros y fía de “un mineru del pozu moqueta”.
De la mina como profesión se poco, dedicarme al piano me ha hecho mirarla con mucho respeto y siempre desde lejos.
Aunque tuve la suerte de sumergirme en sus entrañas en una visita con Fernando Argenta, Araceli González y Flores Chaviano, organizada por Manuel Paz en el Pozu Tres Amigos en Mieres… ahí fuimos conscientes de su magnitud y de la valentía de quienes arrancan el carbón con la naturalidad de quien unta mantequilla…
Pero la mina, como madre de esta tierra me ha acogido bajo su manto y como a todos los que nacimos y crecimos bajo su influencia, dotándome de su fuerza y de la marca de “ser de la cuenca minera”.
Nací y viví en Sotrondio y míos son los recuerdos de un tren que pasaba delante de casa llenu de carbón, así como el sonido de la sirena que avisaba el relevu del Pozu Villar y su más temido lamento cuando sonaba a deshora anunciando un accidente.
Nunca olvidaré las miradas de temor de la gente cuando eso ocurría.
Recuerdo las temidas huelgas, los cortes de carretera por semanas, ir caminando a escondidas de mi madre hasta El Entrego, para ver los mineros luchar por su trabajo.
Hablar de la mina es recordar un pasado lleno de gentes legendarias que dejaron su vida y su piel, en la lucha diaria por sobrevivir.
Un pasado orgulloso lleno de sufrimiento, de fortaleza y de una cultura del trabajo que nos hizo ser locomotora económica de este País.
Recordar el ejemplo de quienes nos precedieron, trayéndolos al presente hace que nunca se vayan del todo, es el justo homenaje de quienes gracias a su esfuerzo nos han hecho como somos.
Sinceramente, también os digo, no se, si ellos nos pudieran ver ahora, si estarían muy contentos de que su legado no se haya perpetuado.
Recuerdo las historias de mi padre, “del neñu la fragua”, como lu llamaben , cuando empezó a trabajar en la mina de monte de María Luisa, con Cholo el de Mina, con solo 16 años.
Recuerdo su esfuerzo, estudiando y trabajando hasta conseguir ser analista de informática, que como me decía él, “nena pa ser el fíu Selmina, nun ta mal”.
Cualquier historia de quienes vivimos y crecimos en la Cuenca está llena de trabajo, todos sus habitantes estuvieran o no relacionados con ella directamente, formaron una comunidad unida en la que la lucha obrera contra la injusticia enarboló banderas que en muchos casos los perjudicaron enormemente.
Se nos tildó de brutos, incultos e intransigentes: bajo el grito de “cuenca minera borracha y dinamitera”.
Que sí que el trabajo duro embrutece y que la necesidad fue mucha, por eso el caldo de cultivo para ser utilizados en todas las causas nos tildó de gentes ingobernables.
Recuerdo la fuerza que tuvieron quienes nos precedieron, de los hombres, pero también de la fuerza de las mujeres mineras, cuyo trabajo en casa, en el campo, de las carboneras que recogían el carbón que caía de los trenes…
Mujeres que parían infinidad de hijos que veían morir de enfermedad o que la propia mina se llevaba.
Mujeres que bregaban y luchaban día a día por sobrevivir.
Recuerdo a mi güela Selmina, inasequible al desaliento, no dejando que la amargura la dominase, siempre cantando, siempre viviendo intensamente.
Porque si algo nos define a los de la cuenca no ye sólo la dureza de nuestro trabajo, también ye la fiesta.
Gústanos la fiesta, gústanos el cante y gústanos la música.
Cuando yo estudiaba piano, Sotrondio era el pueblu de España que más pianos tenía por habitante.
Porque sí señores el gusto por la cultura también fue seña de identidad de esta comarca. No en vano Langreo fue km0 de la cultura en el año 1961, nombrado por la UNESCO, gracias a la cantidad de actividad cultural que albergaba.
El amor por la cultura hizo realidad esta casa, que hoy nos acoge y por cuyos salones actuaron músicos de primer orden, también literatos y artistas convirtiendo Langreo en el concejo cultural de referencia del valle.
Por eso, por los mineros, por los comerciantes, por los campesinos, por las mujeres, por los políticos, por los profesores, por los médicos, por los músicos, por los artistas que esta tierra parió… por todo ello, somos diferentes.
Cada día cuando estamos fuera de aquí escuchamos eso de… “ye que los de les cuenques sois de otra pasta”. Y sí lo somos porque vivimos de otra manera.
Nos implicamos y luchamos en lo que hacemos y eso ye marca de la casa. Eso ye lo que heredamos, ese es su legado.
En mi caso su legado sin duda me ha servido de mucho, yo diría de todo: estudiar un instrumento como el piano, es una lucha diaria contra uno mismo. Los miedos, la soledad, la frustración, las horas de trabajo, son el pan de cada día de un músico profesional.
Por eso el ser de la cuenca haz que todo se enfrente con valentía, pero sobre todo con fuerza.
Hacerles hoy este homenaje a ellos y vernos a nosotros desde esa perspectiva me hace sentir sumamente orgullosa de ser de Sotrondio, de ser fía de Pedro Antuña y de María Teresa Asenjo, de ser nieta de mineros y de intentar cada día con mi trabajo, mi esfuerzo y mi lucha incansable contra la injusticia, ser digna heredera de los valores de mi tierra: de la cuenca minera del Nalón.
Amparo Antuña Asenjo
Directora del Conservatorio Profesional de Música “Mancomunidad del Valle del Nalón”