Casi todos los maratonianos de Occidente sabemos – antes o después – lo que significa Maratón y tal vez conozcamos un poco de la Historia de aquella ciudad y que de ahí le viene el nombre a la carrera que nos engancha como ninguna otra. El que corre un maratón se queda, dice el dicho y es cierto. Una vez acabados los primeros 42 kilómetros somos maratonianos de la misma forma que en la antigüedad se denominó así a los que pelearon contra el persa en aquellas tierras o “maratonomacos” (defensores en Maratón). Era la primera Guerra Médica.

       Dado que los medos (ya persas o aqueménidas) se las “traían” duras desde hacía varias décadas contra los griegos de Jonia y que Atenas estaba involucrada en defender a sus paisanos  de la otra orilla, se suponía y bien, que a poco que pudieran las huestes de Darío  que deambulaban por el Egeo conquistando islas capitaneadas por Datis y Artafernes, pront0 se presentarían a las puertas de la ciudad del Ática. Y así fue.

La Historia nunca transcurre de forma lineal, sino que tiene muchas aristas y ésta de la primera Guerra Médica no puede centrarse en una batalla y se acabó. Hay todo un cúmulo de circunstancias (revuelta Jonia) y machadas (Aristágoras de Mileto), de traidores (Hipias el ateniense) y de reparos (los espartanos odiaban y temían abandonar su Laconia), intentos de cerrar y asegurarse la frontera oeste (Darío) por mar y ampliar el imperio Aqueménida por el este, etc., etc. El caso es que Datis, con unos veinte mil soldados y varios centenares de barcos, conquistó el Egeo y se presentó en la bahía de Maratón con la idea de arrasar Atenas.

El primer historiador en narrar los hechos fue Heródoto, seguido años más tarde por Pausanias y Plutarco, que dieron fe del día de la batalla (en torno al 12 de septiembre) y de la cifra de combatientes: nueve mil atenienses y mil platenses. En total y a ojo, unos diez mil hoplitas. Los espartanos aparecieron – 300 que no debemos confundir con los de las Termópilas – días después de la batalla. Y aquí aparece por primera vez el nombre del correo ateniense o  “hemerodromos”  FILÍPIDES (hay quien le llama Fidípides) que merece unas líneas en singular.

Sabedores los atenienses de las aviesas intenciones de los persas, envían a Filípides hasta Esparta, 238 kilómetros monte a través, para pedirles ayuda en forma de guerreros pues las cosas pintaban muy mal en el Ática. Los espartanos, ni más ni menos religiosos que otros helenos de la época, adujeron que estaban en las fiestas Cárneas y primero eran los dioses; que esperaran un poco. Así que Fidípides vuelta hasta Maratón (no a Atenas) corriendo para dar la mala noticia, más de 500 kilómetros en cuatro días. Aquí Heródoto no menciona para nada la palabra “nenikekamen” y mucho menos del fallecimiento del  corredor, pero para la posteridad y el cine o los libros, queda bonito.

Cuando llega, los griegos estaban enzarzados contra los persas en lo que sería la primera batalla de cinco. Luego, diez años más tarde y II Guerra Médica, vendrían las Termópilas, Salamina, Platea y Micala, que concluyeron con la expulsión casi definitiva de persas de tierra helena.

       Prosigamos. Los persas desembarcan su caballería y la infantería en la llanura de Maratón (se dice que debe el nombre a que era un campo de hinojos) y esperan unos días – costumbre de la época de las guerras caballerescas – a que se instale el ejército contrario. Los diez mil atenienses y plateos al mando de Calímaco y Milcíades, deciden en un momento dado atacar contra todo pronóstico y a la carrera, provocando  tanto desconcierto que los persas se dejaron más de 6500 hombres en la batalla, los platenses 11 y los atenienses 192, el mismo número de metros que mide la carrera que hizo famosos a muchos corredores en las olimpiadas de la Grecia Arcaica y de la Grecia Clásica: el Dromos, la carrera de velocidad. Los griegos que vencían en esta Carrera recibían como premio un trípode y la gloria consistente ni más ni menos que en dar su nombre a la Olimpiada correspondiente. Pero 192 son también las metopas del Partenón,  esculpidas – se dice – en honor de aquellos hombres.

       Sigamos. En la batalla pierden la vida – entre otros – el polemarco Calímaco y Cinegiro, hermano del gran poeta trágico Esquilo – también maratoniano – que llevado de su furor e ímpetu, persiguió a los persas hasta las naves, colgándose de una barandilla hasta que le cortaron los brazos. En fin, que los persas logran huir en sus naves  y se encaminan vía cabo Sunión hacia el puerto de Falero (inmediaciones del actual Pireo) y aquí viene la verdadera “Carrera de Maratón”.

       Los hoplitas atenienses tenían dos caminos para volver a su casa e impedir que los persas arrasaran la ciudad: El más corto y boscoso que se adentraba por el norte del Pentélico, el monte que también prestó sus mármoles a la Acrópolis de Pericles. Es también el camino más duro por su continua subida de más de 7 kilómetros y su largo descenso hacia Pentelis y Halandri para embocar la llanura de Atenas. Un camino que pocos maratonomacos tomaron hace 2500 años, cuando les dieron para el pelo a los persas. Dice la tradición que por allí caminaron o corrieron los más jóvenes, los menores de treinta años. El otro camino, prácticamente por el que transcurre la carrera del maratón de Atenas actualmente, es mucho más llano y más largo, pero también más cómodo para los guerreros de más edad que tenían que volver rápidamente después de enterrar a sus 192 muertos en el túmulo que todavía hoy se contempla en el bello pueblo de Maratón.

       Unos caminando, cansados y alguno malherido, otros a paso ligero y los demás a toda velocidad, toman uno de estos caminos y se dirigen a proteger la ciudad, llegando la mayoría justo al tiempo que las naves de Datis aparecen por Falero y Microlimanos. Se dice que llegaron hasta el lugar en que luego se emplazaría el famoso gimnasio de Cinosargos que daría nombre a los filósofos cínicos con Diógenes al frente, al sur de la Colina de las Musas cerca del demo de Alopece, donde nacería años más tarde Sócrates. Y como solo soy un aficionado a la lectura y al deporte, no seré yo quien lo desdiga, pero si puedo aportaré un poco de conocimiento en vivo.

       En el lado Oeste de la Colina Pnix y al otro lado de la actual Bema donde los oradores atenienses juzgaban y sentenciaban e incluso festejaban, hay una explanada bastante amplia y con base de piedra, desde la que se divisa perfectamente el actual Pireo. Sería el lugar donde se celebraron las asambleas populares, hasta que Critias,  durante el cruel gobierno de los treinta, lo trasladó a la otra cara de la misma colina, su emplazamiento actual.

       La Historia dice que allí se congregaron los más de siete mil combatientes – los primeros maratonomacos – y la mayoría del pueblo de Atenas, con sus esclavos y sus mujeres y niños, todos a la vista de Artafernes, que ante el espectáculo, recordando la tunda que les acababan de propinar y las pocas ganas que tenían de otro enfrentamiento en tierra ajena, se dieron la vuelta hacia Cilicia y se dedicaron a solidificar su imperio porque tenían alguna que otra satrapía levantisca.

      Al respecto de esta historia hay un libro digno de ser leído por  toda persona que se diga amante de la Historia y de la carrera: Maratón, de Richard Billows, editorial Ariel. Donde se nos narra todo lo concerniente a los hechos, con infinidad de datos y fechas. Repito, digno de ser leído.

       En el mismo orden de cosas, para leerlo como novela histórica, existe otro libro excelente, escrito por un antiguo atleta especialista en vallas y director, guionista y productor cinematográfico: Julio Medem. Aspasia, amante de Atenas. Ed. Espasa Libros 2012, págs… 35 a 52. Nacido como guión de una película sobre Pericles pero que aún no ha visto la luz.

       En él, Medem, nos da una visión de la batalla de maratón pero con un final más “cinematográfico, más alejado de la realidad en lo concerniente a la vuelta de los maratonomacos a Atenas y su representación ante Artafernes, que la realiza en la bahía de Falero. Cosas del cine.

       

       Dato anecdótico. Se dice que los atenienses y platenses durante la batalla, infundieron a los persas “pánico”, una palabra que por si lo dice todo y cuya etimología viene del dios Pan, que junto al héroe Teseo, ayudó a los atenienses en la batalla. Pero hay más. Cuenta Heródoto que cuando Filípides venía de vuelta con la noticia de que los espartanos estaban de fiesta, se le apareció el dios en un bosque del camino a Tegea y le reprochó a él y a sus conciudadanos, la poca devoción que le tenían y los escasos santuarios que su ciudad le había erigido. Los atenienses prometieron dedicarle un altar y lugar de culto que puede verse en la actualidad en la base de la Colina Pnix, en las inmediaciones de la fuente del mismo nombre. Todos contentos.

       La visión del lado persa es muy distinta. Para ellos solo fue un encontronazo y una escaramuza, pues tanto Datis como Artafernes prosiguieron su campaña en el Egeo y posteriormente por Cilicia y Caria.

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