Sigamos. En la batalla pierden la vida – entre otros – el polemarco Calímaco y Cinegiro, hermano del gran poeta trágico Esquilo – también maratoniano – que llevado de su furor e ímpetu, persiguió a los persas hasta las naves, colgándose de una barandilla hasta que le cortaron los brazos. En fin, que los persas logran huir en sus naves y se encaminan vía cabo Sunión hacia el puerto de Falero (inmediaciones del actual Pireo) y aquí viene la verdadera “Carrera de Maratón”.
Los hoplitas atenienses tenían dos caminos para volver a su casa e impedir que los persas arrasaran la ciudad: El más corto y boscoso que se adentraba por el norte del Pentélico, el monte que también prestó sus mármoles a la Acrópolis de Pericles. Es también el camino más duro por su continua subida de más de 7 kilómetros y su largo descenso hacia Pentelis y Halandri para embocar la llanura de Atenas. Un camino que pocos maratonomacos tomaron hace 2500 años, cuando les dieron para el pelo a los persas. Dice la tradición que por allí caminaron o corrieron los más jóvenes, los menores de treinta años. El otro camino, prácticamente por el que transcurre la carrera del maratón de Atenas actualmente, es mucho más llano y más largo, pero también más cómodo para los guerreros de más edad que tenían que volver rápidamente después de enterrar a sus 192 muertos en el túmulo que todavía hoy se contempla en el bello pueblo de Maratón.
Unos caminando, cansados y alguno malherido, otros a paso ligero y los demás a toda velocidad, toman uno de estos caminos y se dirigen a proteger la ciudad, llegando la mayoría justo al tiempo que las naves de Datis aparecen por Falero y Microlimanos. Se dice que llegaron hasta el lugar en que luego se emplazaría el famoso gimnasio de Cinosargos que daría nombre a los filósofos cínicos con Diógenes al frente, al sur de la Colina de las Musas cerca del demo de Alopece, donde nacería años más tarde Sócrates. Y como solo soy un aficionado a la lectura y al deporte, no seré yo quien lo desdiga, pero si puedo aportaré un poco de conocimiento en vivo.
En el lado Oeste de la Colina Pnix y al otro lado de la actual Bema donde los oradores atenienses juzgaban y sentenciaban e incluso festejaban, hay una explanada bastante amplia y con base de piedra, desde la que se divisa perfectamente el actual Pireo. Sería el lugar donde se celebraron las asambleas populares, hasta que Critias, durante el cruel gobierno de los treinta, lo trasladó a la otra cara de la misma colina, su emplazamiento actual.
La Historia dice que allí se congregaron los más de siete mil combatientes – los primeros maratonomacos – y la mayoría del pueblo de Atenas, con sus esclavos y sus mujeres y niños, todos a la vista de Artafernes, que ante el espectáculo, recordando la tunda que les acababan de propinar y las pocas ganas que tenían de otro enfrentamiento en tierra ajena, se dieron la vuelta hacia Cilicia y se dedicaron a solidificar su imperio porque tenían alguna que otra satrapía levantisca.
Al respecto de esta historia hay un libro digno de ser leído por toda persona que se diga amante de la Historia y de la carrera: Maratón, de Richard Billows, editorial Ariel. Donde se nos narra todo lo concerniente a los hechos, con infinidad de datos y fechas. Repito, digno de ser leído.